1 de mayo de 2012

Además de corromper, el poder es tan adictivo como la cocaína, asegura el investigador Ian Robertson

La capacidad corruptora del poder es legendaria, una especie de veneno que se infiltra en la mente de quienes lo ejercen y termina por modificar sus pensamientos, sus valores, su manera de comportarse frente a los demás y también frente a sí mismos. Hace un par de días Ian Robertson, profesor de psicología en el Trinity College de Dublín y director del Instituto de Neurociencia de la misma universidad, publicó una interesante editorial en la que glosa algunos de los descubrimientos en dichos campos que apuntan a una adicción manifiesta y desarrollada a nivel neurona y hormonal que el poder despierta en aquellos que se exponen a su ejercicio.
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